lunes, octubre 02, 2006

Accidentes

La última semana pudimos ver en la prensa gráfica títulos como el siguiente: “El drama del tránsito: Tres jóvenes muertos en cuatro días”. El drama del tránsito; mejor se podría describir como: “La imprudencia que no perdona”.

Desde el pasado 21 de setiembre, y pongo esta fecha por la secuencia de accidentes fatales en un lapso muy corto, tres jóvenes perdieron la vida en distintos accidentes de tránsito, además, y de la misma forma tan lamentable y dramático como los anteriores, también la de un adulto.

Hablamos de “accidente” cuya acepción, de acuerdo a la Real Academia Española, es “cualidad o estado que aparece en algo, sin que sea parte de su esencia o naturaleza”. Es cierto un “accidente” es algo ajeno a la naturaleza misma del tránsito de vehículos o personas por la vía pública, sin embargo, estamos viendo que la imprudencia resulta no ser tan ajena a la naturaleza humana.

Todos nos rasgamos las vestiduras cuando suceden estos hechos, o, más precisamente, cuando están circunscriptos a un período corto de tiempo. Porque, a pesar de que los muertos se cuentan todos los días, sucede que la espectacularidad y la cobertura mediática es mayor cuando el promedio de fallecidos por siniestro, o en el tiempo, es más alto. Y es en ese momento cuando las autoridades toman conciencia, o no.

En nuestro país, de acuerdo a datos del período 2003-2004 la cantidad de muertos en un año se eleva a casi once mil, lo que hace un número de treinta fallecidos por día, tanto en rutas como en calles. De esa forma, nuestro país encabeza la lista de los países de América con mayor cantidad de muertes por cada cien mil habitantes (28,98), seguido por México (24,88). Mucho más lejos se encuentra Estados Unidos (14,53) pero con una diferencia, el país de norte posee un vehículo por cada 1,24 habitantes, mientras que nuestro país posee uno por cada 5,17. Todo esto hace que las pérdidas económicas a raíz de estos siniestros sumen, en la Argentina, unos 10 mil millones de dólares por año.

Y, ¿qué hace el Estado? No mucho. Muchos aducen que el problema es estrictamente individual, que el Estado no es el perjudicado, ni tampoco tiene que volcar más recursos, léase económicos, ante esta situación. La cifra más arriba expresada es todo un símbolo en cuanto a las pérdidas. Diez mil millones de dólares por año que incluyen los recursos dispuestos por la Salud Pública para atender las emergencias, la pérdida de productividad en cuanto a heridos temporarios y con secuelas permanentes, atención, y muchas veces pensiones, que debe disponer para mitigar las diferentes discapacidades de los implicados en los siniestros, etc. Entonces, el Estado es el directamente afectado, y es por ello que debe contribuir a la prevención.

Se escuchó esta semana a quien dijo que no se puede poner un inspector de tránsito en cada esquina, ni en cada calle o ruta durante las 24 horas. Es cierto, pero si tenemos en cuenta que, de acuerdo a los mapas de la accidentología que cada municipio diagrama, o debería hacerlo, es de esperar que en esas arterias “calientes”, sí se cuente con medidas de disuasión para quien infringe las leyes. Por otro lado, también es sabido por diferentes estudios, que la mayor cantidad de accidentes con muertos, en su mayoría jóvenes, se dan en ciertos días y horarios, como por ejemplo, los domingos de cero a seis horas.

Entonces, los controles de alcoholemia, ¿dónde están? En Villa Carlos Paz se dio una experiencia que, de acuerdo a quienes la implementaron, se obtuvieron muy buenos resultados. Fue durante la intendencia del Dr. Eduardo Conde que se efectuaron estos controles dentro de nuestro ejido. Luego, las siguientes administraciones municipales alegaron que éstos espantaban a quienes venían de la Ciudad de Córdoba los sábados a la noche, y dejaron de realizarse. Lo interesante es que en la capital de la provincia éstos controles se llevan a cabo todos los fines de semana. Ello, sin embargo, no causa el efecto de beneficiar a nuestra ciudad, atrayendo a los jóvenes para que vengan a disfrutar de una salida nocturna a Villa Carlos Paz, sin controles de alcoholemia. Quizás alguien se dé cuenta que el problema es la oferta.

Por otro lado, los controles aleatorios durante la semana ya no son moneda corriente, sino esporádicos. Teniendo en cuenta que el hecho de no llevar el casco colocado incrementa exponencialmente el riesgo de muerte del motociclista ante una caída, se hacen necesarios estos controles. Ni qué hablar de los delivery, pseudos corredores de un Gran Premio en sus motos de entre 100 y 200 centímetros cúbicos. ¿Se los controla?

Con respecto a este punto, desde el Concejo Deliberante surgió la idea de que quien inscriba o transfiera un motovehículo debe también presentar la factura de adquisición del casco. Buena iniciativa pero, ¿quién constata que lo lleven puesto cuando recorren nuestras calles?

Se aduce, desde la población, que los operativos son al sólo efecto de “recaudar”. Pues bien, es factible entonces que se adecuen la ordenanzas para que, ante una falta que no sea grave, la pena en lugar de ser pecuniaria, sea la de obligar al infractor a tomar un curso de educación vial, o en ese estilo.

Por supuesto que a la vez de ser los principales culpables, automovilistas y transeúntes, son también víctimas de este estado de cosas. Los conductores que no respetan las normas son seguidos por los peatones que tampoco cuidan de su integridad física al cruzar la acera, ni al transitar por las calles en lugar de hacerlo por las veredas. No se sabe conducir, pero tampoco caminar, ni circular en bicicleta.

Todo esto implica que se haga necesaria una reestructuración de todo el sistema. Con claridad, inteligencia e imaginación, por parte de todos los actores implicados en esta problemática. Está bien que desde el Concejo Deliberante se investigue tal o cual gasto, pero también se deben dictar normas apelando a la imaginación y a la realidad que nos toca vivir. Es correcto que se embellezca la ciudad, pero también se hace necesario que se dote a las diferentes áreas de la cantidad de personal necesario para realizar los controles.

También es real que muchas veces estamos apurados, cortos de tiempo, pero la diferencia entre llegar en hora o diez minutos tarde está en que muchas veces no se llegue nunca. Es bueno el esparcimiento de un sábado por la noche, pero el alcohol no es sinónimo de diversión, aunque muchas veces sí lo es de no volver al hogar.

Ideas, imaginación, responsabilidad, no son sólo palabras, deben ser actitudes ante este dramático estado de cosas.

Más información: Luchemos por la Vida, ISEV


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