lunes, octubre 30, 2006

Política, Políticos y Ciudadanos

Estamos ya viviendo el último trimestre de este 2006. Luego llegará el turno de un nuevo año y con él una nueva disyuntiva, una nueva esperanza, y, por qué no, en algún caso, una nueva frustración. Porque de política estamos hablando, y el 2007 se presenta, como cada cuatro años, por lo menos desde 1995, como un período de 12 meses de los cuales por lo menos 9 estarán dedicados a la labor electoral, con todo lo que ello significa.

Muchos ya están haciendo números, algunos están contratando encuestas que midan intenciones de voto, imagen positiva, nivel de conocimiento, etc, etc, de quienes las pagan, o sus candidatos, y de sus posibles contrincantes. Ya se oyen y leen propuestas; asistimos también, a través de ese ring virtual que es la televisión, a las peleas más encarnizadas entre contrincantes-enemigos en la política, que, dando vuelta la expresión de Karl von Clausewitz, se transformó en “la continuación de la guerra por otros medios”, y ha dejado de ser “el arte de lo posible”. Constatación ésta que se verifica tanto si hablamos a nivel nacional, provincial o local.

Ahora bien, cualquier candidato que se postule para algún cargo electivo ofrece al electorado una cantidad de propuestas que, según él, son la base de su programa político que llevará adelante si es elegido por la voluntad popular. Sin embargo, nadie esgrime como razón principal de su postulación el pretender que la población viva mejor en sus tres puntos principales a la vez, educación, salud y seguridad. Tampoco está en su ánimo el mediar entre los poderes del dinero y el bienestar general, en definitiva, balancear las cargas entre los más poderosos y los más débiles, ya que si así fuera, un indicador tan simple como el que se refiere a la brecha entre quienes se encuentran en la cima de la pirámide social y quienes se hallan en la base debería haber tendido a achicarse. Ni qué hablar de la participación de unos y otros del PBI nacional.

Sin dudas la democracia no se honra con solo votar cada vez que se llama a elecciones, como así tampoco con la simple alternancia en el poder, que muchas veces no existe. Con eso no alcanza.

La política, como dice el filósofo italiano Roberto Espósito, más que nunca se ha transformado en biopolítica, ya que está íntimamente ligada a la vida, biológicamente hablando. Es el Estado quien, a partir de la modernidad, es un actor insustituible en lo que hace al mantenimiento de la vida de su pueblo. Es a través de él que la vida se mantiene y se reproduce en las mejores condiciones posibles gracias a las políticas de sanidad, reproductivas, demográficas y de bienestar social.

Todo esto es posible gracias al “contrato” implícitamente firmado por los ciudadanos-electores con aquellos que se ocupan de los asuntos del Estado. Es ese contrato mediante el cual “el pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes” (Art. Nº 22 de la Constitución Nacional). A partir de allí, el pueblo resigna su soberanía en lo que hace al gobierno, en favor de los políticos, con la exigencia de que éstos a través de los mecanismos del Estado se encarguen de su defensa y bienestar.

Es ante el incumplimiento cada vez más generalizado de estos presupuestos que surge la llamada crisis política que afecta a las democracias parlamentarias occidentales. Se desencadena entonces la crítica cada vez más fuerte hacia la política, los políticos y el sistema democrático en general. Aparece la “crisis de representatividad” por la cual los ciudadanos no se sienten “representados” por la clase política.

Sin embargo los “políticos” como tales, surgen de entre esa ciudadanía que los vota. Su trabajo consiste en representar. Representar significa “ser imagen o símbolo de algo” en este caso “ser la imagen” de sus representados, en definitiva, del pueblo de donde surgió.

Entonces, cuando el pueblo es re-presentado, cuando a éste se le vuelve “presente” su propia imagen reflejada en el otro (el político), es cuando sale a la luz esta crisis, ya que esa imagen no le es agradable, porque ella le devuelve algo que el ciudadano no está dispuesto a ver. Exige un cambio de conducta de parte de quienes conducen los gobiernos, sin preocuparse por escrutar su propia conducta, su propia actitud ante él y ante la sociedad en general.

Espósito dice que se hace necesario el cambio mediante el cual se pase de una “vida sometida a la dirección de la política” a “introducir en la política la potencia de la vida”. Se hace necesario, entonces, el repensar nuevas formas de interrelación social entre quienes hacen y participan de la Nación. Nuevas formas de relaciones que incluyan a todos los actores, mediante las cuales se haga visible que la existencia del “otro” es necesaria para la mía propia. Sólo de esta manera podrá surgir una nueva generación de políticos que representen a sus ciudadanos, porque la imagen que de sí misma tendrá la sociedad reflejará la inclusión, la solidaridad y el bien común.

Sobre Roberto Esposito aqui: Hechos e Interpretaciones


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